Where's my pretty bird?
28 de abril - 27 de julio, 2024
Estático, insulso, muerto.Estas son las tres cualidades que ella elegiría para describir el paisaje que la rodeaba. Todo edificio, todo. Hasta el borde del horizonte y el fin del cielo, completamente deprivados de vida, amenazandolas con su tamaño colosal. Era como si tratasen de afirmar su superioridad. ¡Imbéciles, todos imbéciles! ¿Qué necesidad había siquiera para intimidar a alguien como ella? Si ella ya sabía. Ya sabía que era idéntica a todo su alrededor. Si, "estático, insulso, muerto" serían los adjetivos perfectos para describirse a ella misma también. Durante toda su existencia la única forma propia que conoció fue la de un cuerpo desmenuzado, dejando atrás solo de las costillas para arriba. Incluso sus tripas se exponían vulgarmente. Suena crudo, si, pero todavía faltaban detalles. Tal vez uno podría llegar a asumir que se esta describiendo la escena de su muerte: algun accidente bizarro; o algo deliberado, talvez un hostil intento de asesinato, ¿Hm?, Pero no, su cuerpo era frío, rígido. No era tibio ni tampoco suave. En cambio, su textura era mas símil al plástico, o la silicona -al igual que sus tripas, que ni siquiera eran rojizas. Eran de un tinte artificial, alternando entre el verde y el negro; lo mismo que su pelo. Tampoco sangraba; su interior estaba vacío excepto por las costillas y lo poco que le quedaba de la espina dorsal, igual de mentira que todo lo demás. Realmente, se parecía más a un juguete que a un ser humano. De colmo, también era manca. Lo único que quedaba de su brazo izquierdo era un muñón mal cicatrizado. Ni el privilegio de arrastrarse por el piso tenía.
Muerto, muerto... Ella seguía pensando. Puede ser que "muerto" no era el adjetivo que ella buscaba para describirlo todo. La muerte, para ella, no era solo la "falta" o "opuesto" de vida. También implica la libertad de la descomposición, de marchitar sin dejar nada orgánico atrás. Pues uno no tiene necesidad real de temerle a la muerte, si de todas formas uno va a seguir existiendo. Entre los nutrientes de la tierra y las raíces de las plantas, los huesos tallados por incontables experiencias y anécdotas, y lo que es tal vez lo más importante para una persona: la existencia innegable en las memorias, las impresiones que le dejamos a otros, ya sea la familia o la amistad; o talvez algo un poquitito más impersonal, como la impresión que le dejamos al kiosquero que queda más cerca de nuestra casa, o al vecino que uno saluda de vez en cuando.
...La muñeca seguía mareandose en sus pensamientos. ¿Cómo es que ella sabía todo esto? Todos estos sentimientos calidos, pero lejanos; difíciles de describir. Al fin y al cabo, ella estaba segura que lo único que conocía era el aquí y ahora. Los edificios sin alma ni identidad, entremezclados entre amalgamas de estilos, pero que ni siquiera se tomaban el esfuerzo de adherirse a uno o el otro. Mejor resumido: parecían ser construidos con el solo propósito de ahorro y conveniencia; con los materiales más modestos, con el diseño más sencillo. Ni siquiera podían identificarse por color, todos vestían el mismo blanco, blanco asquerosamente estéril...
Lo único que tenían de personalidad era lo arruinados que estaban. Un edificio tenía más ventanas rotas que la otra– tal vez a una directamente le faltaban ventanas. Uno tenía el techo más destruido que otro, otro las paredes, otro los pisos... Y así, y así.
Pero estos edificios nunca se pudrirán más de lo que ya estaban, nunca más cambiarán, nunca más cesarán de existir. Ya que no estaban muertos. Estaban paralizados, congelados en el momento. Al igual que ella.
Así es como sus monólogos divagan para pasar el tiempo. Tirada en el medio de una avenida desgastada, contemplando un cielo igual de desgastado.
Ya se había convencido a sí misma de que así es como el resto de su vida –el resto de su eternidad– iba a continuar. Así que no se quejaba, no se entristecía. Ese tipo de indignación solo sirve propósito si uno cree que puede cambiar algo. Ella ya estaba convencida de que no podía cambiar nada; se sentía desolada, pero no desesperada. Resignación completa.
...
Y así, y así...
...
–Laa, ra ra, laa ra ra.
¿...?
–Taa ta ra, la ra, la la ra.
Un canto.
–Taa, ta ra, ¡Je! ¡Jejeje!.
Un canturreo divertido. Mal entonado, pero divertido. Confundida, la mujer mira a su izquierda. Su mirada se topa... con otra persona, bien al final de la cuadra. Giraba y giraba, un pie, luego le seguía el otro, luego el anterior pie de vuelta... y así, y así… Bamboleaba. Un destello de monocromía. El escabullido de su pelo, lacio y tan largo que le llegaba hasta la cadera, de un color negro intenso, que la perseguía junto a su baile, moviendose como si de una víbora se tratase. La piel de esa mujer, sorprendentemente más pálida que la de ella, que era descolorido pero todavía natural, era de un color que superaba lo muerto: un pristino blanco; una palidez que le recordaba al vacío de una hoja, carente de escritura o garabatos; o un blanco que le recordaba al abismo mismo en el que se encontraba ahora, la misma falta de color que su alrededor.
Esa silueta seguía y seguía, seguía y seguía, despreocupada de todo. Hasta que, de repente, su infantil ritual césa. Sin querer, la mitad-mujer conecta miradas con la monocroma chica.
Al principio la mutilada mujer se asustó, sus músculos se tensaron; no sabia como reaccionar a la noción de que otra persona existiera aquí además de ella...
Mientras tanto, en la punta opuesta, la otra mujer también había quedado tensa durante el intercambio de miradas. Pero no sería correcto decir que fue por susto; no, simplemente fue por sorpresa. Así que las dos se quedaron mirando, por unos largos, largos segundos. Las dos por diferentes motivos.
La primera en interrumpirlo fue la monocroma.
Curiosa, se echó a trotar a saltitos hacia la mujer que estaba colocada, de forma tan delicada e irónica, como si dios mismo la hubiera dictado allí, en el medio de una polvorienta pila de escombros.
El primer instinto de la mitad-mujer –o mejor dicho el segundo, porque el primero fue encogerse del susto– fue la de alejarse, lo más rápido posible, del inminente asalto. En ese instante su miedo le decía, le aseguraba, que si no salía de ahí esa chica iba a arrasar con ella sin piedad alguna.
Pero hasta ahí empezó y terminó su reflejo, solo instinto. Con su muñón y brazo lo único que consiguió fue pedalear ni tres metros hacia atrás. En vez de alejarse, uno podía asimilarlo más a la de un pez fuera del agua, agitado y torpe, que revoloteaba en el piso sin resultado alguno. Ni siquiera logra dejar la pila de escombros. Se da cuenta. Su intento no le sirvió de nada. Tampoco la comprensión de su perdición. Para ese entonces, la chica ya estaba tan cerca que podía sentir el retumbo de sus pasos contra el piso.
Espera lo peor. Cierra sus ojos con todas sus fuerzas. Encoge sus hombros una vez más.
…
Y espera…
…
Espera…
…
¿…Y nada ocurre?
Al ver que su perdición no parece querer caer contra ella, abre sus ojos, poco a poco, aprehensiva. No sabe qué esperar.
Al final lo que le dio la bienvenida no fue ningún tipo de peligro, ni perdición, ni destino peor que la propia muerte. En cambio, lo primero que vio fueron dos ojos grandes, de un negro tan intenso que parecian dos pequeñas singularidades, mirándola con anticipación, pero ninguna intrusión. La misteriosa mujer simplemente esperaba a que ella reaccionara primero.
La mitad-mujer, justamente, no sabía cómo reaccionar. Primero intentó decir algo, lo que sea, pero lo único que le salía eran inhalaciones y exhalaciones desequilibradas. Empezaba una palabra, para luego decidir por otra en medio de la entonación, y lo único que lograba era un balbuceo que solo ella entendía. Luego, intentó sacudir su muñón de un lado a otro en frente de la mujer, como señalándole que no se acercara más; una plegaria.
A todo esto, lo único que hizo la mujer como respuesta fue volcar su cabeza hacia un lado, comunicando cierta confusión.
La mutilada mujer seguía igual de desconcertada y atónita. Para este punto ya se da cuenta de que ninguna seña le es útil para comunicarse. Se echa para atrás con su muñón y su brazo, como por precaución.
Para su propio espanto, la monocroma lo tomó como señal de otra cosa.
Cuando intentó alejarse, ella se acercó. Cuando le revolvía el muñón, ella simplemente sacudía su brazo como respuesta. Y cuando mostraba una expresión de terror, la monocroma mujer simplemente le respondía con una expresión idéntica, aunque más exagerada y teatral que la de ella. Un juego de mimos. Para esa mujer, eso era todo lo que era. La mitad-mujer decide quedarse quieta. La monocroma, también, cesa su imitación y se queda quieta. Por un largo, largo minuto, lo unico que se llega a escuchar es la respiración de ambas. ¿Acaso estaba delirando? Podía atestiguar que esa mujer estaba tratando de copiar hasta el ritmo de su respiración.
Para quién sufrió la ininterrumpida mirada de la otra, ese silencio se sintió como la propia eternidad, congelada por su corazón que ya había traspasado el piso para luego seguir hasta el fondo de la tierra. Por el otro lado, nuestra otra participante ya se había aburrido luego de 10 segundos que habían traspasado, y decide abandonar su pose inicial, pasando de arrodillada a parada.
Empieza resoplando, para luego dar carcajada tras carcajada y, por fin, se larga a reír.
–¿Q-qué…?– Por fin logra desenredar el nudo que tenía en la garganta, pero no logra continuar cuando ella comienza a preguntar.
–Ahh,– La anticipación de la mujer por fin da paso a algo más, y su cara se ilumina de felicidad. –¡Así que si podés hablar!– Se arrodilla una vez más, está vez tan cerca de la mitad-mujer que casi se pega su pera contra la cabeza de la otra. –Decime, ¿Qué haces tirada acá? Ah- no, mejor, decime como te llamas primero,– Pero antes de que tenga tiempo para responderle ella ya había empezado de vuelta. Se percata que la mujer había pasado a mirar curiosamente la parte inferior de su cuerpo; sus costillas. –¿Y el resto de tu cuerpo? ¿Qué le pasó? ¿Te puedo ver hasta las costillas, sabes?– Ya estaba acercando sus finos dedos contra las mismas sin ni siquiera haber terminado la pregunta.
La muñeca abofeteó la inminente mano para el otro lado. –¿¡Qué haces!?– No, realmente, viene una pregunta más importante antes. –¿¡Quien!?–
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